TRADUCTOR

Buscar este blog

7.4.20

UN SUEÑO IMPOSIBLE

La historia, a veces, impone su tiempo y fuerza los acontecimientos haciendo que se eclipse el brillo de artistas que, de haber nacido en otro momento y en otro lugar, habrían figurado en la Historia del Arte con otro valor.


ALBERTO: Autorretrato (1950-1952)
En la España de finales del XIX nació Alberto Sánchez, conocido como Alberto, un artista cuya obra es desconocida por muchos.

Su vida estuvo marcada por su traslado a la URSS, en 1938, como profesor de dibujo de los niños españoles que, huyendo del conflicto nacional, fueron llevados hasta allí. 
La mayoría nunca volvió a España; Alberto tampoco.

Pintor, dibujante, escenógrafo y escultor, estuvo influido por el surrealismo y por una estilización formal que en ocasiones nos acerca a Picasso o Miró y en la que participan elementos de inspiración popular; su obra transita entre lo onírico y lo poético y en el universo de sus esculturas aparece frecuentemente la figura femenina, los bóvidos, las estrellas y las aves. 





El pueblo español tiene un camino
que conduce a una estrella,
ante el
pabellón español. París, 1937
Participó en el Pabellón Español de la Exposición Universal de París, en 1937

Junto con obras de Calder, García Lorca, Picasso y Miró, entre otros, El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, la escultura de 12'5 metros de altura creada por Alberto, fue colocada en el exterior donde, con sus formas vegetales de configuración antropomorfa, se convirtió en un faro que gritaba la angustia por la que la población española, horrorizada y sin futuro, pasaba en aquel momento y, al mismo tiempo, fue una proclama en defensa de las nuevas formas del Arte. 
La estrella que culminaba la obra representaba el brillo de esperanza en un futuro que se anhelaba y se tardó mucho en alcanzar.






El pueblo español tiene un camino que
conduce a una estrella, 
junto al Reina Sofía
Aquella escultura despareció en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, pero en 1986 fue localizada una maqueta, realizada en yeso, en el sótano del Palacio de Montjuïc, en Barcelona. 

La maqueta ingresó en los fondos del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid y, en 2001, con motivo de una exposición monográfica dedicada al escultor, se reprodujo la obra a su tamaño original y se instaló en la plaza de Santa Isabel, fuera del museo. 

Lo que en un principio iba a ser un emplazamiento provisional quedó, afortunadamente, como instalación definitiva.






Alberto había fundado, en 1927, junto con Benjamín Palencia Rafael Alberti, entre otros, la llamada Escuela de Vallecasque pretendía introducir en España el arte de las vanguardias que fluía por Europa, aunque profundamente enraizado en el paisaje castellano. 

Alberto y Benajamín Palencia solían quedar a primera hora de la tarde en la Puerta de Atocha desde donde, andando, se encaminaban hacia las afueras de Madrid. Muchas veces llegaban hasta Vallecas y se dirigían a un cerro que hay en los alrededores, el llamado Almodóvar que ellos terminaron por renombrar Cerro Testigo porque, según sus palabras, "de ahí debía partir la nueva visión del arte español". 

En la cumbre del cerro estaba colocado un hito en el que escribieron sus principios; los de Alberto en una cara, los de Benjamín Palencia en otra, dedicaron la tercera a Picasso y en la cuarta pusieron los nombres de valores plásticos e ideológicos que consideraban más representativos; entre estos últimos figuraban los nombres de Einstein, el Greco, Zurbarán, Cervantes y Velázquez.




Y fue para ese cerro para donde Alberto, que desaprobaba los monumentos de Madrid porque decía que en ellos el arte seguía ciñéndose a lo figurativo, concibió el Monumento a los Pájaros, probablemente la obra que mejor simboliza su sueño de fusión de las nuevas formas de expresión del arte, la libertad y la naturaleza. 


Maqueta de yeso del
Monumento a los Pájaros
fotografiada por Segarra
El artista quería encontrar una obra que hiciera salir al campo y se fundiera con el paisaje. 

Realizó un proyecto de ocho piezas ensambladas, para que los pequeños huecos que quedaban entre ellas sirvieran de refugio a los pájaros y los defendiera de las aves de rapiña. 

La primera versión la realizó hacia 1930Era un vaciado en yeso que desapareció durante la Guerra Civil y del que se solamente se conserva la imagen que aparece en las fotografías tomadas por el arquitecto Enrique Segarra.










En 1957, en Moscú, realizó una segunda versión, que quedó almacenada en cajas, recorriendo con Alberto los diferentes pisos en los que vivió, pero que nunca llegó a ver la luz en vida del artista.


Segunda versión en bronce del
Monumento a los pájaros
Años después fue encontrada en un altillo y recuperada para la exposición Monumento a los pájaros. Hito y mito que, sobre esta obra y su autor organizó en 2010 la Comunidad de Madrid bajo el comisariado de Rafael Zarza.



















Alcaén Sánchez con la maqueta del
Monumento a los Pájaros
En su visita a la exposición, la entonces presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, abrió la puerta a la posibilidad de reproducir la escultura y colocarla en los cerros de Vallecas, a lo que Alcaén Sánchez, hijo del escultor, contestó con un marcado acento ruso: 

"Soy realista. Pido lo imposible".








La biografía de Alberto se puede consultar en diversas instituciones y manuales de Arte, pero probablemente sea más esclarecedora la semblanza que de él hizo Pablo Neruda en el capítulo 22 de su obra Para nacer he nacido, publicada en 1978. 


22. Alberto Sánchez huesudo y férreo

La muerte de Alberto Sánchez en Moscú no sólo me trajo el súbito dolor de perder un gran hermano, sino que me causó perplejidad. Todo el mundo, pensé, menos Alberto.
Esto se explica por la obra y la persona de quien ha sido para mí el más extraordinario escultor de nuestro tiempo.
Poco después de los años veinte, los primeros veinte de nuestro siglo, comienza Alberto a producir su escultura ferruginosa con piedra y hierro. Pero también él mismo, con su largo cuerpo flaco y su rostro seco en que aparecía la osamenta audaz y poderosa, era una escultura natural de Castilla. Era por fuera este gran Alberto Sánchez entero y pedregoso, huesudo y férreo, como uno de esos esqueletos forjados a la intemperie castellana, tallado a sol y frío.
Por eso su muerte me pareció contraria a las leyes naturales. Era uno de esos productos duros de la tierra, un hombre mineral, curtido desde su nacimiento por la naturaleza. Siempre me pareció uno de esos árboles altísimos de mi tierra que se diferencian muy poco del mineral andino. Era un árbol Alberto Sánchez, y en lo alto tenía pájaros y pararrayos, alas para volar y magnetismo tempestuoso.
Esto no quería decir que nuestro gigantesco escultor fuera un hombre monolítico, empedrado por dentro. En su juventud fue, por oficio, obrero panadero y, en verdad, tenía un corazón de pan, de harina de trigo rumoroso.
Por cierto que en muchas de sus esculturas, como lo hiciera notar Picasso, se le veía el panadero: alargaba las masas y las torcía, dándoles un movimiento, una forma, un ritmo de pan. Popular, como esas figuras que se hacen en los pueblos de España con formas de animales y pájaros. Pero no sólo la panadería se mostraba en su obra. Cuando yo vi por primera vez en casa de Rafael Alberti, el año 1934, sus esculturas, comprendí que allí estaba un gran revelador de España.Aquellas obras de forma ardientemente libre tenían incrustados trozos de hierro, rugosos guijarros, huesos y clavos que asomaban en la epidermis de sus extraños animales. ''Pájaro de mi invención", recuerdo que se llamaba uno de sus trabajos.Allí lucían estos fragmentos extraños, como si fueran parte de la piel hirsuta de la llanura. La arcilla o el cemento que formaban la obra estaba rayada y entrecruzada por líneas y surcos como de sementeras o rostros campesinos. Y así, a su propia manera, con su estilo singular y grandioso nos daba la imagen de su tierra que él amó, comprendió y expresó como ninguno.
Alberto venía muchas veces a mi casa en Madrid, antes de que se casara con la admirable y querida Clara Sancha. Este castellano tenía que casarse con una mujer clara y sanchezca. Y así sucedió hasta ahora, en que Clarita se ha quedado sin Alberto y sin España.
Por aquel entonces y en Madrid, Alberto hizo su primera exposición. Sólo un artículo compasivo de la crítica oficial lo ponía en la trastienda de la incomprensión española, en la cual, como en una bodega, se amontonaban tantos pecados. Por suerte, Alberto tenía hierro y madera para soportar aquel desprecio. Pero lo vi palidecer y también lo vi llorar cuando la burguesía de Madrid escarneció su obra y llegó hasta escupir sus esculturas.
Vino aquella tarde a mi domicilio en la Casa de las Flores y me encontró en cama, enfermo. Me contó los ultrajes que diariamente hacían a su exposición. Su realismo fundamental, que va más allá de las formas, la violencia de su revolución plástica, a la que parecían incorporarse todos los elementos, comenzando por la tierra y el fuego, el colosal poderío, el asombroso vuelo de su concepción monumental, todo esto lo llevaba hacia una forma aparentemente abstracta, pero que era firmemente real. Sus mujeres eran otras mujeres, sus estrellas, estrellas diferentes, sus pájaros eran aves que él inventaba. Cada una de sus obras era un pequeño planeta que buscaba su órbita en el espacio ilimitado de nuestro pensamiento y de nuestro sentimiento y que entraba en ellos despertando presencias desconocidas.
Creador de fabulosos objetos que quedaban formados misteriosamente, como la naturaleza forma las vidas, Alberto nos estaba entregando un mundo hecho por sus manos, mundo natural y sobrenatural que yo no sólo comprendí, sino que me ayudó a descifrar los enigmas que nos rodean. Era natural que la burguesía de Madrid reaccionara violentamente en contra suya. Aquellas gentes atrasadas habían codificado el realismo. La repetición de una forma, la mala fotografía de la sonrisa y de las flores, la limitación obtusa que copia el todo y los detalles, la muerte de la interpretación, de la imaginación y de la creación eran el tope a que había llegado la cultura oficial de España en aquellos años. Era natural que el fascismo surgiera por allí cerca, enarbolando también sus oscuras limitaciones y sus marcos de hierro para someter al hombre. Aquella vez me levante de mi lecho de enfermo y corrimos a la sala desierta de la exposición. Solos los dos, Alberto y yo. La desmontamos muchos días antes de que debiera terminarse. De allí nos fuimos a una taberna a beber áspero vino de Valdepeñas. Ya rondaba la guerra por las calles. Aquel vino amargo fue interrumpido por algunos estampidos lejanos. Pronto llegó la guerra entera, y todo fue explosión.
Como campesino de Toledo, como panadero y escultor, apenas llegó la guerra, Alberto dio todo su esfuerzo y su pasión a la batalla antifascista.
Llamado por su gran amigo, el arquitecto Luis Lacasa, el escultor Alberto con Picasso y con Miró hace la trinidad que decoró el pabellón de España republicana de 1937 en París. En esa ocasión vimos llegar de manos de Picasso, recién salida de su horno incesante, una obra maestra de la pintura universal, la Guernica. Pero Picasso se quedaba largo tiempo distraído mirando a la entrada de la exposición una especie de obelisco, una presencia alargadísima, estriada y rayada como un cactus de California y que en su verticalidad mostraba el acendrado tema que siempre persiguió nuestro gran Alberto: el rostro arrugado y lunario de Castilla. Aquel Quijote sin brazos y sin ojos era el retrato de España. Levantado verticalmente hacia el combate con todo su seco poderío.
Jugándose la suerte con su patria, Alberto fue exilado y acogido en Moscú, y hasta estos días en que nos ha dejado, trabajó allí con silenciosa profundidad.
Primero se sumergió, durante el acerbo último tiempo de Stalin, en el realismo. No era el realismo de la moda soviética, de aquellos días atormentados. Pero él hizo espléndidas escenografías. Su presentación del Ballet de los Pájaros es una gran obra, inigualada, encontrando él la mágica belleza vestimental de los pájaros que tanto amó. También logró entregar al Teatro Gitano espléndidas visiones para las obras del teatro español. Y aquella voz que surge en el film Don Quijote, cantando algunas viejas canciones que dan gran nobleza a este film extraordinario, es la voz de Alberto, que seguirá cantando allí para nosotros, es voz de nuestro Quijote que se nos ha ido.
Pintó también numerosas obras. Nunca había pintado al óleo en España y aprendió en Moscú a hacerlo para consumar su realismo. Se trata de naturalezas muertas de gran pureza plástica, hermosas y secas de materia, tiernas en su apreciación de los humildísimos objetos.
Este realismo zurbaranesco en que en vez de monjes pálidos dejó Alberto pintados con exaltación mística ristras de ajos, vasos de madera, botellones que brillan en la nostalgia de la luz española. Estos bodegones son cumbre de la pintura real, y alguna vez el Museo del Prado los ambicionará.
Pero he dicho que aquella época encontró a Alberto recién llegado de Moscú y recibido en plena confraternidad y cariño. Desde entonces, amó apasionadamente a la Unión Soviética. Allí vivió los infortunios de la guerra y la felicidad de la victoria.Sin embargo, como esos ríos que se entierran en la arena de un gran desierto para surgir de nuevo y desembocar en el océano, sólo después del XX Congreso, Alberto volvió a su verdadera, a su trascendente creación.
Allí quedan en su taller del barrio de la Universidad de Moscú, en donde vivía feliz estos últimos años, trabajando y cantando, muchas obras y muchos proyectos.Constituyen su reencuentro con su propia verdad y con el mundo que este gran artista universal contribuyó a crear. Un mundo en que las más ásperas materias se levantan hacia la altura infinita por arte de un extraordinario espíritu inventor. Las obras de Alberto Sánchez, severas y grandiosas, nacidas de la intensa comunicación entre un hombre y su patria, criaturas del amor extraordinario entre un gran ser humano y una tierra poderosa, permanecerán en la historia de la cultura como monumentos erigidos por una vida que se consumió buscando la expresión más alta y más verdadera de nuestro tiempo.
(El escultor español Alberto Sánchez murió en Moscú 
el 12 de octubre de 1962)

FUENTES
"Alberto Sánchez Pérez", Real Academia de la Historia [En línea]
"El Pabellón español de la Exposición Internacional de 1937 en París", Artium [En línea]
"El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella (maqueta)", Museo Nal. C. de Arte Reina Sofía [En línea]
"Escuela de Vallecas", Wikipedia [En línea]
FERNÁNDEZ-SANTOS, E.: "El sueño alado de Alberto Sánchez remonta el vuelo", El País, 23/03/2010 [En línea]
"Madrid recupera el monumento a los pájaros de Alberto Sánchez", RevistaDeArte-Logopress [En línea]
NERUDA, P.: Para nacer he nacido. Barcelona: Seix Barral, 1978, pp. 73-76.
ROBLES VIZCAÍNO, M. S.: Aportaciones sobre Alberto. Cuadernos de Arte. Universidad de Granada. [En línea]


FUENTES DE LAS IMÁGENES
"ALBERTO: Autorretrato", ABC [En línea]
"Alcaén Sánchez junto a la maqueta del monumento a los pájaros", Madridiario.es [En línea]
"El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella", El poder de la palabra [En línea]
MANRIQUE: "Pablo Picasso, 'Guernica' in Spanish Pavilion 1937", ResearchGate [En línea]
"Monumento a los pájaros", Masdeartecom [En línea]
Segunda versión en bronce del Monumento a los pájarosEl País, 23/03/2010 [En línea]

5 comentarios:

  1. Lo desconocía, aún queda mucho mundo por conocer, ha sido un placer conocerlo por tu estupenda composición, Mª Ángeles.

    ResponderEliminar
  2. Estupendo relato , gracias por aportar conocimiento

    ResponderEliminar
  3. Qué interesante!Gracias María Ángeles por compartir:)

    ResponderEliminar
  4. Gracias por tu aportación y estudio para nuestro conocimiento, sigue por favor!!! 😘

    ResponderEliminar
  5. Que maravilla desconocida para mi. Gracias,gracias, gracias.

    ResponderEliminar

Escribe aquí tu comentario