Se trata de un camino cuya elevación se configuró, inicialmente, para la contención de las avenidas de ese río Segura que suele transcurrir escaso y que, hasta antes de su encauzamiento, era dado a salirse de madre en cuanto las lluvias arreciaban por la parte superior de la cuenca.
El Malecón se adentra en la cada vez más escasa huerta murciana proporcionando una agradable insolación en los días del húmedo invierno, un espectáculo visual de rojos atardeceres en otoño y un festival de aromas de frutos y flores en primavera.
Son muchos los murcianos que lo recorren a diario como un ejercicio casi ritual, marcándose metas según los diferentes hitos con que cuenta: hasta los Maristas, que comprende el primer tramo, hasta las Cuatro Piedras, donde el Malecón se cruza con la carretera que accede a pedanías huertanas, o hasta don José María Muñoz, es decir, hasta el final del recorrido de poco más de un kilómetro y medio.
No todos conocen quién fue este señor ni qué hizo para que cuente con un tributo a su memoria, pero todos saben su nombre y conocen su frontal y su dorso, pues lo habitual es llegar, rodear el monumento y emprender el camino de regreso.
El monumento hace referencia a un personaje que, nacido en Extremadura, vivió, en la segunda mitad del siglo XIX, en Alicante.
En 1879 Murcia sufrió una de sus peores inundaciones, la llamada "riada de Santa Teresa" por haber sucedido el 14 de octubre, víspera de la conmemoración de la santa. Entonces muchas familias perdieron a alguno de sus seres queridos, quedaron en el desamparo, o vieron cómo sus bienes y sus pequeños terrenos eran arrasados por las aguas. La situación, extremadamente grave, afectó no solo a esta ciudad, sino que otras poblaciones como Orihuela, en la provincia de Alicante, Cuevas de Almanzora, en Almería, e incluso la provincia de Málaga, también sufrieron el embate del agua.
El señor Muñoz gozaba de una desahogada posición económica y poco tardó en prestarse a socorrer a los damnificados de la catástrofe con una generosa cantidad, pues si la riada fue el 14, el día 22 de octubre se publicó, en El Diario de Murcia, en una gran esquela que ocupaba toda la página, un elogio entregado al señor Muñoz:
Corazón generoso alma grande reciba V. el saludo entusiasta de un murciano. V. es el que ha donado expresamente para la ciudad de Murcia 3.316,000 rs. en títulos del 3 por 100, equivalentes a más de 26.000 duros, V. que no tiene en esta ciudad ni tierras perdidas ni colonos empobrecidos, V. que obra solamente por el sentimiento de humanidad, es V. hoy la gran personificación de la caridad con que España entera acude al socorro de Murcia.
Indudablemente, la ayuda que proporcionó Muñoz fue recibida como el maná en el desierto y es de suponer que, tanto Murcia, como Orihuela y Cuevas de Almanzora, que son algunas de las poblaciones a las que llegó esa ayuda, estarían inmensamente agradecidas ante semejante gesto de altruismo. En Murcia, incluso, se llegaron a vender retratos a tamaño real del filántropo a 8 reales, según rezaba en un anuncio el ejemplar del Diario de Murcia de 9 de abril del año siguiente.

Dicha estátua es de mayor tamaño que el natural, llevará en su pedestal los nombres de los pueblos en donde el Sr. Muñoz distribuyó sus riquezas para socorrer las víctimas de la desastrosa inundación de 1879, estará rodeada de elegante verja...
Quién encargó esas estatuas y con qué dinero se realizaron, es algo que todavía no queda claro, pero todo parece apuntar a que Muñoz se sentía merecedor de homenajes y podía costeárselos.
En julio de ese mismo año, 1886, llegó a Murcia la destinada a Cuevas de Almanzora (a donde fue trasladada vía Lorca) y, a finales de mes, se recibió la que se habría de colocar en la propia Murcia, que se depositó en el salón bajo de plenos del Ayuntamiento.
Habida cuenta de que esa escultura era algo sobrevenido y que el Ayuntamiento no había contado con su existencia, la decisión del lugar donde debía ser ubicada tardaría en tomarse.
Se barajarían varias opciones, entre las que se contaban la plaza de Monassot (actual Santa Catalina), el final del Malecón o la plaza de las Barcas.
Tras años de indecisión, se eligió la plaza de Camachos como el lugar idóneo para que luciera esa estatua que, si bien no era de gusto de muchos, se realizó con fondos que no eran de la ciudad y, como se dice en un diario, "a caballo regalado no se le mira el diente".
El pedestal, tres veces más alto que la figura, fue diseñado por Marín Baldo, entonces arquitecto municipal, y se elaboró en Cartagena. La estatua quedó colocada el 13 de diciembre, aunque no se dio por terminado el monumento hasta marzo del año siguiente, 1889.
La imagen del benefactor permanecería en Camachos 32 años, hasta que la reforma de la plaza obligó a retirarla. Volvió entonces a ocupar un lugar en el Ayuntamiento, esta vez en el patio, tumbado en el suelo, donde durante una década su destino volvería a ser objeto de dudas.
En agosto de 1931 se propuso que fuera instalada sobre el pedestal que quedó huérfano en abril, tras los altercados producidos a raíz de la proclamación de la Segunda República. Estos habían dado al traste con la imagen de San Francisco de Asís.
En septiembre figuraba, como una actividad de las fiestas, el descubrimiento de la estatua a la entrada del Malecón; sin embargo, el día 12 se leía en El Tiempo que había de ser aplazado dicho descubrimiento por no estar terminado el pedestal a tiempo. Esto puede significar, o que se decidió hacer un nuevo pedestal, o restaurar el que sostuvo al santo pero, en cualquier caso, el proceso estaba inconcluso.
Se volvió a programar para diciembre, incluso se contaba con la asistencia del gobernador civil de Badajoz en representación de la región donde está la tierra natal del homenajeado, pero otra vez se suspendió y no se haría efectivo hasta dos años más tarde.
Un paseo que, gracias a su aportación, fue consolidado tras la riada y por el que actualmente transitan muchos que no conocen su historia ni el porqué está allí, pero que hacen de él un elemento imprescindible como objetivo de su itinerario.
FUENTES:
Diarios El Bazar Murciano, Diario de Murcia, Don Crispín, Juventud Literaria, Levante Agrario, El Liberal de Murcia, La Paz de Murcia, Las Provincias de Levante, El Tiempo y La Verdad de Murcia, de los años 1789 a 1935.
Fotografías:
Gaspar Muñoz Cosme
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